fase 0 _ permanencia y levantamiento

lecturas obligadas:

–         Koolhaas, Rem. Delirious New York: A Retroactive Manifesto for Manhattan. The Monacelli Press, Nueva York 1978. Ver la traducción al castellano: Delirio en Nueva York. GG, Barcelona 2008.

fase 2_render

A PRAIA CARIOCA

27-03-2007 Praia da Urca, 7.30AM; luz de mediodía; abajo, cinco conductores de autobús tumbados en la arena. Aquí comienza esta pequeña historia de la Playa de Rio de Janeiro.

“Santa Teresa por la praia”. Avenidas de cuatro carriles que, por momentos – y casi por arte de magia- tenían siete vehículos en paralelo. El taxi sorteaba apresuradamente las playas de Botafogo y Flamengo.

Plano en mano por primera vez, muchas de las calles acababan en el vacío más absoluto y misterioso. Perdidos, cuando levanté la cabeza entendí que debíamos estar en medio de una de las populares “favelas”.

En el otro plano, tampoco aparecía aquella favela ni, por cierto, ninguna de las que, visiblemente, nos rodeaban. El plano las representaba como un vacío misterioso. Habíamos cogido una de esas calles cuyo final era incierto.

El resto de favelas eran fácilmente localizables y visibles por estar situadas siempre en las colinas verdes que accidentan indistintamente la ciudad.

Efectivamente, todos aquellos vacíos verdes no sólo ocupaban la mitad de la superficie de la ciudad sino que eran favelas. Todo barrio tenía, así, su colina, su favela y, mejor aún, su praia.

27-03-2007 Praia do Leme, 11.30AM; atajo a Leme por debajo del Corcovado. Rio desde atrás era otra, un bosque tropical verde, húmedo e impenetrable. Las favelas habían colonizado sólo la cara sur de las colinas hacia la playa y dejando la norte en su estado natural. Desde la playa, Rio se presentaba gris, contaminado y salvajemente urbano; hacia la playa, verde, limpio y salvajemente natural. Una situación que, por extremadamente diferente, la convierte en extremadamente atractiva.

27-03-2007 Praia do Leblon, 5.30PM; “vamos a Ipanema, Posto Novi”. Tras volver a sortear Copacabana e Ipanema llegamos a Leblon. La jornada laboral había terminado. La playa parecía un festival. Por el color de sus pieles y lo esculpido de sus cuerpos entendíamos que los únicos “turistas” éramos nosotros. Matheus nos había citado allí porque el puesto nueve era, supuestamente, el de “los intelectuales”; el ocho, el de las familias con hijos, el siete de “los funcionarios” y así sucesivamente hasta pasar por todo el espectro social. Ése era, indudablemente, el punto de encuentro.

Tiempo atrás se decidió acotar la playa para que la gente supiese dónde quedar. Más tarde, los cariocas empezaron a marcar el destino de cada puesto.

Fue, precisamente, este destino acordado socialmente el que provocó el reencuentro de Camila y Matheus, tras varios años de compartir estudios en Brasilia. Bendita “coincidencia”.

Aquella calle de arena nada tenía que ver con nuestra playa mediterránea. La mitad de los presentes era gente de favelas cruzando las playas y ofreciendo cualquier servicio a los usuarios de la arena. Barbacoas, caipirinhas, frutas tropicales, zumos naturales, toallas, agua de coco, barquillos, electrónica, ropa, masajes, cualquier cosa; incluso escapularios o cintas magnetofónicas de telepredicadores famosos para los buscadores de fe. Toda la actividad comercial de la calle se había venido a la playa.

Si no van al comercio, éste irá a ellos. La playa, instantáneamente, se había convertido en una gran calle comercial donde, por momentos, había más vendedores que compradores. Era, claramente, un espacio de consumo muy lejos del espacio para la relajación que conocíamos.

Al fondo, adyacente al paseo, las mismas pistas de volley y fútbol, siempre llenas, que el taxi nos había descubierto a largo de todas las playas.

Así uno entiende por qué el éxito “brasileiro” en competiciones internacionales.

27-03-2007 Praia de Urca, 9.00PM; ducha rápida y a cenar. Abajo en la playa, los “sin casa” buscan sitio para pasar la noche.

27-03-2007 Praia de Ipanema, 10.30PM; objetivo: unas “caipiras acadêmicas” en esa arena de color naranja rojizo. La iluminación artificial creaba una atmósfera especial. La playa era ahora ocupada por los miles de niños que pertenecían a las distintas escuelas infantiles de fútbol carioca: Flamengo, Botafogo, Vasco da Gama…Kilómetros de playa pateados por futuros Ronaldinhos, Robinhos, Kakás…y, de fondo, las lucecitas en las alturas de las favelas.

12.00PM los chavales desaparecían. En la playa, todavía de día. No nos queríamos ir. Ésta nos había estado ofreciendo tantas cosas nuevas que esperábamos con anhelo el siguiente acontecimiento.

12:30PM la playa empezó a llenarse abruptamente por personas de raza negra. Eran los mismos que antes la cruzaban ofreciendo distintos servicios. Ahora bajaban agrupados portando un carro repleto. Sólo reconocía el radiocasete y, cómo no, el balón. Las favelas bajan a la playa cuando “la ciudad” se retira. En un momento, la cachaça y el balón de fútbol empezaron a circular a ritmo de funky. “ A farofa carioca” había comenzado.

Cuando salimos de allí, de repente, la ciudad oscureció.

Había pasado ya tres días y no habíamos salido de la “praia”.

La sorprendente naturalidad con la que habíamos vivido tantos momentos entorno a la playa nos descubrió, por fin, que nuestra idea preconcebida de playa = SOL podía enriquecerse en playa = VIDA. De hecho, toda la vida social de Rio de Janeiro pasa obligatoriamente por la playa. Nosotros no íbamos a ser menos.

Y es precisamente esa naturalidad desprejuiciada la que está detrás de la propia historia de Rio, la ciudad que se planificó desde la playa, el gran espacio público carioca.

A finales del S.XIX, burócratas portugueses entendieron que el mar ya no era sólo un soporte económico sino fuente inacabable de alivio corporal frente a esa extraña climatología. La búsqueda de una nueva cultura del ocio encontró en los baños de mar y, especialmente, en la playa, el lugar lógico donde tejer su nuevo entramado social.

Sobre una de las pequeñas colinas que iconografían Rio está Santa Teresa, la primera morada colonial. La cultura ibérica les enseñó que lo privado está dentro; pero lo social, fuera. La calle, lugar de encuentro, tenía que ser sustituida inmediatamente por ese nuevo lugar.

Rio de Janeiro es una de las pocas ciudades donde el espacio público urbano está antes que la propia ciudad, la cual no necesitará inventarse su forma-estructura porque ya está presente.

14km de playas urbanas y 18km de frente urbano marítimo. El 75% de la primera ciudad planificada está a menos de 10min de alguna playa andando o 5min en bus.

La ciudad ha reconocido la playa como su gran valor intrínseco. Eso explica el olvido y ausencia de espacios públicos en su interior. Esto puede resultar familiar.

Aquí subyace el motor de la bipolaridad geográfica, cultural, racial, social, etc. en todos los ámbitos de la vida carioca que, consecuentemente, ha construido su imagen menos pictórica.

Los blancos burgueses, de la ciudad planificada y “afrancesada”, se servían de aquellos negros que, ante la falta de acogida sobre la cota del mar, empezaron a ocupar los agujeros que Rio había dejado en su crecimiento.

Así nacen las “favelas”.

La playa se había convertido ya en el centro de sus vidas. Cada momento fuera del entorno laboral era y es consumido, en la actualidad, en la playa. Más del 85% calza “hawaianas” diariamente.

Así, la ciudad de abajo, blanca y rica, contaminada, planificada, que vive en la playa y, en definitiva, servida. La ciudad de arriba, negra y pobre, tropical, caótica, en las colinas y, en definitiva, que sirve a la de abajo, como equipamientos incrustados en el corazón de la ciudad. Este es el Rio bipolar, donde la mitad de la población vive arriba en favelas unifamiliares y, la otra mitad, abajo en pisos.

Indirectamente Rio ha construido su identidad, historia, cultura, mitos de delincuencia, marginación y resto de tópicos desde la playa.

Tal vez su éxito reside en que los “dos Rio” entendieron la playa como el motor social de su felicidad, no sólo como fuente de ingresos para los de arriba, sino como fuente de vida para ambos.

Iluminar la playa todas las noches del año entiende a la perfección el futuro común de ambas realidades.

Tal vez el éxito pasa por la cercanía y adaptabilidad de su gran espacio público.

Cercano, entendido como prolongación colectiva del hogar, lugar natural de encuentro. Por ello la ciudad creció a lo largo de la playa y no hacia dentro, buscando que la arena integrase el hecho urbano.

Adaptable porque su tamaño y falta de programas predefinidos permite que la inventiva individual tenga su lugar sin interferencias.

Tal vez sea éste, precisamente, el espacio público más fascinante, que no bello, el doméstico y, sobre todo, el no pensado, el que no está ya definido. Tal vez etiquetarlo es castrarlo de por vida, ya que obvia los otros mil usos que el usuario inventaría. ¿No es, tal vez, el lugar de encuentro de la expresión individual de lo social? ¿Por qué nos empeñamos en llenar los pocos espacios públicos disponibles de “clichés” e ideas preconcebidas?

Tal vez sea el momento de dejar de llenar para quitar, vaciar, liberar, desprogramar. Pensar no significa ocupar. Tal vez sea el momento de revisar nuestra cultura y entender cuáles son los grandes espacios públicos que han construido nuestra ciudad. Tal vez, lo mismo que la playa construyó Rio, nuestros grandes espacios públicos reconstruyan nuestra ciudad; pero no a la inversa. Esto es importante. Rio nos lo ha enseñado.

Tal vez sea el momento de identificar y tener claro, por fin, cuales son estos nuevos, o no, espacios públicos por los que debemos apostar inminentemente. Si sabemos por qué luchar, podremos impedir que los grandes espacios públicos que nos son propios pierdan su condición de cercanos, por convertirse en lucrativos para unos pocos. Si sabemos a dónde dirigirnos, podremos permitir que sigan siendo espacios para la libertad de expresión social y no espacios particularizados por decisiones más o menos acertadas a priori.

Tal vez, ante la avalancha actual de debates abiertos sobre el devenir de nuestra ciudad, sea el momento de entender, por fin, que la ciudad que construimos ha de ser “víctima” y no “verdugo” de sus bondades geográficas. Rio así nos lo ha mostrado.